Acabo de terminar el último libro del verano, demasiado tarde para empezar otro, demasiado pronto para mis previsiones. Al acabar el libro me doy cuenta de que también se acaba el verano. Es que yo leo en agosto, el resto del año también, pero como abstracción, como medio de desconexión total y abandono, sólo lo hago en vacaciones.

He cumplido sobradamente mis humildes pretensiones veraniegas: desconectar totalmente, relajarme, cambiar la velocidad, excesos puntuales, alcoholismo estacional, pérdida de identidad, relativismo gilipollesco y ombliguismo deficiente.

Sin embargo, hay ciertos hitos que no se han producido: perspectiva filosófica de la vida, añoranza de mi hogar, ganas de empezar proyectos, conclusiones metafísicas y sensación de plenitud.

Siempre pensé que uno evoluciona a medida que cumple años, pero parece ser que en esencia siempre es el mismo, se va matizando un poco con algunas variaciones superfluas, pero en general uno es el mismo gilipollas pero más apuretado. (Joé, tendré que tachar lo de conclusiones metafísicas).

A lo que voy, he tomado la firme decisión de prolongar mis vacaciones durante septiembre, más que una decisión firme se trata de una promesa veraniega, o lo que es lo mismo una estúpida propuesta inalcanzable, como cualquier amor de verano, intenso y lleno de promesas que se disipan a la velocidad del rayo.

Siempre me ha fascinado la capacidad de autoengaño, así como la característica de ver las cosas blancas o negras en función del momento. Pero al menos mi propuesta es más original que la de meterse en un gimnasio y/o dejar vicios y malos hábitos.

Si mi memoria no me engaña, en la película "nosequé del Sr. Ibrahin", el personaje protagonizado por Omar Sharif, decía: La felicidad están en la lentitud.

Normalmente soy un peje bastante acelerado así que la frase me rechinó un poco, y sin embargo intuía algo de cierto en la misma, así que me la guardé en el cajón de contradicciones sin resolver que tengo por cerebro, de forma semioculta por si acaso.

Ahora mismo estoy en ese punto de inflexión vacacional en el que no se responder la fecha concreta del día corriente. En ese punto despreocupado en el que no miro la pesa, ni la cuenta del banco, ni el correo electrónico.

Ese estado de despreocupación, en el que uno se abandona un poco, en el que concede vacaciones a su propia personalidad, para así descansar de sí mismo, que también hace falta de vez en cuando. En el que abandona el protagonismo de su vida y se deja llevar, sin saber muy bien que planes hay para cada día. Y disfruta las cosas con mayor intensidad o las padece pero más atenuadas.

Puede que se trate de cierto tipo de aproximación a la felicidad, y una de las cosas que contribuyen notablemente a este estado es la velocidad, no la lentitud, sino la capacidad de hacer las cosas a otro ritmo, más pausado, que no necesariamente tiene que ser lento, los horarios, agendas, citas y horas en punto, básicamente se cargan la posibilidad de llegar a este estado.

Podría intentar mantener este ritmo cuando se acaben las vacaciones, pero me temo que no seré capaz, que me dejaré llevar por la rapidez, que muchas veces lleva a la estupidez y a una lentitud todavía mayor.